Desprogramate para tu Prosperidad (parte 1)



Los patrones , programas o grabaciones que tenemos inculcados la mayoría de las veces nos impiden descubrir el secreto que nos lleve a la prosperidad y abundancia. Debes aprender como desprogramarte y revelar tu secreto, que se enfrenta a tu abundancia y prosperidad.
Este trabajo será entregado en varias parte, aquí la primera
H. G. CIBELE

¡DESPROGRÁMATE! ¡SÉ TÚ MISMO!

Lo importante es ser capaz de darte cuenta de que no eres más que un yo­yo, siempre de arriba para abajo, según tus problemas, tus disgustos o depre­siones; que eres incapaz de mantener una estabilidad. Darte cuenta de que te pasas la vida a merced de personas, de cosas o situaciones. Que te manipulan o tú puedes manipular. Que no eres dueño de ti ni capaz de mirar las situaciones con sosiego, sin enfados ni ansiedad. Toda esa actitud sólo depende de tu programación. Estamos programados desde niños por las conveniencias socia­les, por una mal llamada educación y por lo cultural. Vivimos por ello programa­dos y damos la respuesta esperada ante situaciones determinadas, sin pararnos a pensar qué hay de cierto en la situación, y si es consecuente con lo que de verdad somos esa respuesta habitual y mecá­nica. Tenemos programadas ideas conven­cionales y culturales, que tomamos como verdades cuando no lo son. Como la idea de patria, de fronteras y hábitos culturales que nos llevan a con­flictos cuando nada tienen que ver con la verdad. Lo que haces como hábito, te hace dependiente porque te lo han programado. Sólo lo que surge de dentro es tuyo y te hace libre. ¡Desprográmate! Cuando venía hacia aquí, en el avión, me dijeron: -Mira, ya salimos de la India, ahí está la frontera. Yo me asomé y por más que miraba no vi ni una línea, ni una barrera natu­ral de separación. ¿Es que existen las fronteras en la naturaleza? No están más que en nuestra mente. Toda tierra es de todos, y toda cultura no es más que ideas que nos separan. Hubo un niño blanco que se perdió en la selva y se crió en una tribu con cultura distinta. Cuando creció se casó con una nativa de aquella cultura. Ocu­rrió que a una amiga de su mujer se le murió su marido en la guerra, y aque­lla noche, al pensar en su amiga sola, la mujer nativa le dijo al marido blanco: -Oye, me gustaría que fueses a consolar a mi amiga, que está sola, y como ya no tiene marido te acostases con ella. El marido, que recordaba aún rasgos de su cultura, se negaba, horrorizado, pero al final complació a su mujer. Cuando volvió, la mujer le dijo: -Ya sabía que eras un buen hom­bre y ahora te quiero más, porque eres compasivo y me siento orgullosa de ti.

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